martes, 29 de septiembre de 2015

Sinergias.

Condenados a perseguir un último vestigio de culpa, un algoritmo de necesidades infundadas sin ningún tipo de control interno, nos precipitamos hacia una única idea.

La liberación.
La muerte.

Nos obliga a romper con la vida, a subyugarnos al delirio de un preso que nunca ha sido tal: Ha elegido su destino.

Puede que fuera, en el campo, podamos correr hasta fundir los metatarsos con la tierra.
Que nuestra sangre riegue las flores que mañana llevaremos a los difuntos.
Que vida y muerte se unan en un cementerio de intenciones nunca desveladas y así poder, finalmente, escapar de la desdicha.

Pero hoy toca enterrarse en subastas de sentimientos mal pagados con un agradecimiento tan inherente como inexistente. Gritar con júbilo que viva la desgracia y luchar contra una causa perdida.

Las personas sí que cambian.
Dejan su condición humana para convertirse en cadáver.

Por eso confío.

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