miércoles, 29 de julio de 2015

Lecter.

Reías pensando que de verdad lo habías conseguido, que la justicia divina en la que no creías había obrado un milagro, que la causa se santificaría y todos tus pecados serían al fin redimidos.

Un elefante en una cacharrería.
Un cadáver en la morgue.

Ahora te veo naufragar en ese mar que tiene más duda que incertidumbre.
Las mentiras forman un remolino y te engullen. Las olas de tu propia vanidad te sepultan y yo, con los pies descalzos en la orilla, te oigo gritar auxilio mientras te ahogas.

Pienso en ti, cada día desde tu muerte. Desde el día en el que te maté. Y hago bizcochos en tu honor. Rectifico la receta en el último momento porque el jengibre no queda bien con tu ausencia.

Y porque nunca me ha entusiasmado.

(Tu presencia. Ni el jengibre).

jueves, 16 de julio de 2015

Camisas.

No voy a matarte.

Seguiré aletargada, moviendo las manos al ritmo de alguna canción mientras siento tus labios contra mi nuca, tus brazos rodeándome en un gesto con más amor que lujuria y tu aliento en mi espalda.

Dejaré de llorar, lo prometo, porque sólo mereces sonrisas después de todo el bien que me haces, después incluso de las contradicciones y las ilusiones.

Correré por el fuego, otra vez.
De hecho ya ha empezado la carrera.
Siento la meta, aunque sea incapaz de discernirla, ahí está, esperándome en alguna parte para ahogarme y hacerme arder por última vez.

No voy a matarte porque quiero que veas, que sientas, que disfrutes y que huelas todo lo que va a pasarme; que cada vez que derrame una gota de sangre, tu lengua, siempre fiel, me limpie y trace vida donde la muerte se cierne. Que los gritos que ahogo sobre tu pecho sean el toque de queda para todo mi sistema mitocondrial y me apague.

No voy a matarte porque no quiero que te pierdas ni un solo segundo de cómo me matas.