miércoles, 29 de julio de 2015

Lecter.

Reías pensando que de verdad lo habías conseguido, que la justicia divina en la que no creías había obrado un milagro, que la causa se santificaría y todos tus pecados serían al fin redimidos.

Un elefante en una cacharrería.
Un cadáver en la morgue.

Ahora te veo naufragar en ese mar que tiene más duda que incertidumbre.
Las mentiras forman un remolino y te engullen. Las olas de tu propia vanidad te sepultan y yo, con los pies descalzos en la orilla, te oigo gritar auxilio mientras te ahogas.

Pienso en ti, cada día desde tu muerte. Desde el día en el que te maté. Y hago bizcochos en tu honor. Rectifico la receta en el último momento porque el jengibre no queda bien con tu ausencia.

Y porque nunca me ha entusiasmado.

(Tu presencia. Ni el jengibre).

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