Nada se escucha. Nadie queda entre los escombros.
Intentamos reconstruir la ciudad desde los cimientos y solo hemos
conseguido desierto.
Busco agua, aire, ruido.
Nada.
Pienso en ti como si realmente te hubiera conocido en algún momento.
Y hablando de realidad ¿Ha sido real? ¿Has sido real? Tus palabras se
perdieron entre el humo del incendio y no puedo discernirlas.
Creo que mentías, que lo que me escribiste por última vez lo decías para curar tu corazón maltrecho porque albergabas una última esperanza de que
siguieras existiendo para mi, que volviera a suturarte mientras yo seguía,
agónica, desangrándome. Y existías, pero no de una manera que te agradase.
Egoísmo.
No voy a sentirme culpable del exterminio cuando el causante has sido tú,
que venías detrás de mi echando combustible a los rescoldos que yo recogía. Tú,
que volvías a romper cada ente que arreglaba. Tú, que en mis caídas me recogías
para aprovecharte, para poder tirarme de nuevo por un precipicio mayor.
Por ti grité. Por ti lloré. Por ti sangré. Por ti morí.
Ninguno de los dos va a poder borrarlo.
Te agradezco el tiempo, las verdades. Pero por encima de cualquier cosa, te
agradezco las mentiras.