martes, 28 de marzo de 2017

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Hace meses que hablábamos del cambio.

Queríamos un lugar, un hogar. Aventura, fuerza, ganas.
No sé tú, pero yo sigo sin encontrar(me/lo).
Es verdad que me puede la ansiedad, la desconfianza, el miedo. Sigo echando a correr sólo para que la sensación de ahogarme se vuelva real. Tangible. Sólida. Todo cuanto yo debería ser.
Me despierto cada día pensando cuando descubriré el próximo engaño. En qué consistirá. Cuán será su daño.

Sigo teniendo pesadillas en las que los protagonistas toman forma de mujeres, hombres y fantasmas de navidades pasadas. Abro los ojos y me descubro temblando. Me acoplo a tu forma. Tú me rodeas con el brazo, todavía dormido, acercándome más a ti.

Y todo pasa.

Me gustaría que dejara de doler el pensar que hubo más antes. Bastantes. Que nunca me vas a querer como a la mejor de todas ellas.
Por hacer autocrítica también diré que pensé que nunca podría quererte como a él. Al menos no de esa forma en la que perdería la cordura.
Tampoco sería perderla. La última vez fue un robo.

No hay una ecuación para mesurar sentimientos. Y menos mal: me quedaría con valores negativos.
Y no hay raíces para los negativos.




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